Las siglas PHEV corresponden a Plug-in Hybrid Electric Vehicle. En español: vehículo eléctrico híbrido enchufable. Esta cadena de adjetivos define el funcionamiento de esta versión del Outlander, un coche híbrido (las fuentes de energía son la gasolina y la electricidad), con una autonomía moderada en modo eléctrico (52 km en condiciones de homologación) y cuyo principal modo de recarga de la batería es la conexión a la red eléctrica.
Su sistema de propulsión consta de un motor térmico —conectado al eje delantero—, dos eléctricos —uno para mover el eje delantero y otro para el trasero—, un generador y una batería. Tras este complejo esquema técnico subyace un coche cuya conducción no requiere de una pericia distinta a la de uno con motor de combustión interna (mediante gasolina o gasóleo) pero al que, para sacarle el máximo provecho, conviene entender su funcionamiento que explicamos detalladamente en el apartado de Información técnica.
Es un vehículo con tracción a las cuatro ruedas en el que no hay una conexión física entre el eje delantero y el trasero. Lexus —RX 450h—y Peugeot —3008 HYbrid4, 508 HYbrid4 y 508 RXH— también prescinden del árbol de transmisión pero el sistema híbrido es diferente.
Desde mi punto de vista, los puntos fuertes del Outlander PHEV son tres. El primero, un coste de uso claramente menor que el de la versión Diesel en trayectos en los que puede funcionar en modo eléctrico. Pero frente a esta ventaja está el principal inconveniente, el precio. Hay dos versiones, de 42 000 y 47 000 euros, cuyas diferencias de precio con el Outlander Diesel de igual equipamiento es de casi 9000 €, una cantidad grande para que compense económicamente el PHEV. Esta diferencia puede disminuir si vuelve el plan MOVELE que aporta subvenciones a la compra de coches híbridos enchufables o eléctricos en función de su autonomía.